Ensayos en Aguilar

Contado por Mariana.

Tengo una casa vieja muy grande. Antigua casa chorizo. Techos alto, pisos de madera.

Como muchos hijis.

Como muchos hijis, salí corriendo a comprarme una casa. Y como muchos hijis, siempre tuve, y sigo teniendo, problemas con mi casa.

Es demasiado grande, como si tuviera que caber en ella toda la familia que no tengo. Me queda grande. No pude construirme ni un solo rincón mío.

Tiene demasiada carga simbólica. En el patio hay un mural hecho por Munú. Munú compartió cautiverio con mi mamá en la ESMA. Ahí, mi mamá hablaba de la casa grande que se iban a comprar ella y mi papá cuando los liberaran, donde vivirían con los muchos hijos que querían tener, de los cuales yo iba a ser la mayor. Cada vez que riego las plantas, pienso en eso. Es demasiado.

La casa estaba recién comprada y en obra cuando encontré a mi hermano. Desatendí la obra y, como a muchos hijis, el contratista me cagó. Y eso que dos de los albañiles eran también hijis. De esto hace ocho años y todavía tengo puertas sin lijar y contramarcos que no pegan con los zócalos porque los originales me los arruinaron y el techo del lavadero mal hecho que se llueve.

Hasta hace poco tiempo, tenía muchos muebles prestados y objetos usados que me regalaron para que llene tanto vacío. Casi nada de todo eso me gustaba.

Pero…

Mi casa fue la sede de “La Tertulia de Aguilar”, el ciclo de teatro leído que organizamos con las compañeras del Taller de Dramaturgia de Patricia Zangaro en 2006.

Y gracias a la habitación que alquilo conocí a Simone, a Tom y a tantos más.

Y el año pasado Aguilar, como me resulta más fácil decirle, fue el escenario de la mejor fiesta de mi vida. Entre amigos y colados, más de noventa personas me desearon feliz viaje, en el mayor derroche de buena onda del que fui objeto jamás.

Me iba a Europa por tres meses a tomar contacto con gente de teatro que me interesaba. Así de vago era el propósito.

O no tanto, porque aquí estamos. Porque una de esas personas era Fernando, que hoy es el dire de Ábaco.

Y Aguilar es nuestra sala de ensayo.

Me reconcilio con esta casa demasiado grande cuando gracias a este mismo exceso puedo ensayar con compañeros para las muestras del estudio de Clau y Fabi, prestarla para un cumple, recibir a cinco parientes de Córdoba, albergar a Male para que dé sus clases de francés.

Cuando Nidia, mi inquilina colombiana, se ríe con Cristóbal, su amigo mexicano, en el comedor, yo, que no los conozco, también sonrío desde la cocina.

Cuando Ceci y Paz ocupan sus lugares en el estar vacío y se concentran, cuando Ceci da un par de pasos y se ubica y empezamos, en ese segundo en el que de pronto el estar se transforma en escenario, me reconcilio.

Y mi decidido anhelo de mudarme a un lugar más pequeño, más impersonal incluso, se diluye en una incertidumbre con la que no sé lidiar bien.

Pero lo que sí es cierto es que en Aguilar crece Ábaco día a día.

Que ya Paz no me pregunta si abre la puerta cuando suena el timbre: va hacia las llaves, se equivoca y toma otra, pero ya no pregunta. Que tampoco nadie pregunta si el baño esto o si el mate lo otro. Que ya otros reconocen las últimas luces del día dentro de la casa.

Entre las muchas cosas inciertas que hay en mi vida, se destaca esta certidumbre de que los ensayos de Ábaco en casa tienen destino de recuerdo feliz.

Acabo de escribir “casa” y no “Aguilar”. Y así lo dejo.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Mariana. Soy Diego, de Azul.
Sigo en España, a ver si un día conozco esa casa. Yo no tengo casa pero tengo un montón de cosas como para llenar una, hace poco me mudé por, sin exagerar, décima o por ahí, vez. En la próxima o en la siguiente me quedo.

Te mando un beso grande.

Anónimo dijo...

Las casas grandes son inmanejables, pero cabe mucha gente en ellas.
¿Qué clase de casa podría tener Mariana, si cuando viaja lleva una valija inmensa para meter en ella aretes, pañuelos y gatos que regala a quienes conoce por ahí?
Dicen que la casa “original”, la casa primera que uno tuvo, es la que siempre tiene en la cabeza.
Yo también soy hiji. Con la plata compré un departamento que me resulta minúsculo. Es tan chiquito que nunca quise vivir en el.

perez dijo...

Diego: Me das ganas de escribir sobre nuestros viejos y sobre nuestro vínculo, que crece aun en la distancia. Creo que decirte que me das ganas de escribir es lo más lindo que te puedo decir. ¿Puede ser que te extrañe tanto habiéndote visto una sola vez en mi vida?

Nacho: ¿Nacho? ¿O es María la que escribe? Me declaro inocente del delito de trata internacional de gatos-chinos-dorados-a pila-que mueven la patita. El sospechoso tiene rulos y otro blog. Sí me reconozco culpable del tráfico de pañuelos y aros, y del delito de portación de valija descomunal, que seguramente vino a hacer las veces de esta enorme casa durante el viaje. ¡Abrazos para los dos, sea quien sea el del comentario!