Ábaco «o las cuentas del desorden»


La dramaturgia moderna estaría, según Bernard Dort, «en la búsqueda de un orden». Esto constituye una diferencia esencial respecto a las dramaturgias clásicas, que han sido creadas a partir de un orden pre-establecido: «… Allí donde la dramaturgia clásica constataba un acuerdo (el acuerdo de la obra y su modo de representación), nuestra dramaturgia trata de construir, cada vez (…) La dramaturgia clásica componia la obra según un cierto orden escénico. La dramaturgia moderna está en búsqueda de un orden…», escribe Dort. [1]

Ésta ha sido para mí, una reflexión clave a la hora de abordar las dramaturgias que tratan de la memoria. Me inclino a pensar que esta cuestión de «un orden» (que lleva implícito la existencia de un desorden), constituye un elemento clave de la palabra de la identidad y de la memoria; palabra que propongo llamar, de la desaparición.

Ábaco se ajusta a esta regla y es por esto un texto representativo del desorden característico en la palabra de las llamadas «dramaturgias de la memoria». Pero al mismo tiempo, el desorden de la narración existe al interior de un cierto orden, que parece escaparnos y al que sólo la protagonista tendría «acceso».

Desde un punto de vista escénico, creo que lo primero a evitar es intentar reestablecer un cierto orden, ya que esto implicaría eliminar el centro neurálgico del discurso biográfico, el motor no sólo de la palabra sino tambien de la ausencia de ésta. Dicho de otra manera, la posibilidad y la imposibilidad de decir la catástrofe. El desorden de la palabra no es otra cosa que el resultado de otro desorden, el biográfico, y es en la lucha interna de la protagonista por reestablecer un equilibrio, donde yace ineluctable el origen del caos, es decir la Duda.

Ábaco es, por su forma y su contenido, un texto complejo, es decir de una gran riqueza. La propuesta de montarlo escénicamente no podía menos que seducirme.

Así, el teatro nos une para intentar no de reestablecer un orden a la voz de Ábaco, sino más bien para abrir un camino de imágenes, gestos y sonidos, sensibles a la palabra… Sin olvidar que ir al encuentro de estas voces, es ante todo ir al encuentro del silencio y al interior de una lucha -la de la protagonista- por colmarlo.

Un texto que permite a la escena devenir paisaje de la interrogación y de la memoria: el teatro recobra así una de sus funciones primordiales.

Fernando Suarez, París, 10/03/2008

[1] Dort, Bernard, « Dramaturgie », « L’état d’esprit dramaturgique », Théâtre Public, N° 67, 1957-1966, p.8