"La joven insurrecta", Las 12, Página/12, 13 de junio de 2008

Por Moira Soto

A las muchas obras firmadas por dramaturgas locales y extranjeras, algunas de las cuales figuran entre las más interesante de la cartelera teatral porteña –Mujeres en el baño, Adela está cazando patos, La madre impalpable, La música, Top Girls, entre otras–, se suma, y a mucha honra, el reciente estreno Abaco. Una pieza de Mariana Eva Pérez que toma la forma de un poema escénico, magníficamente interpretado por María Cecilia Belmonte, bajo la creativa, segura dirección de Fernando Suárez. Una pieza que abre su propio camino, emparentada con el movimiento de Teatro x la Identidad (Pérez estuvo allí desde el principio y presentó obras como Instrucciones para un coleccionista de mariposas) y su saludable apertura en las últimas ediciones, pero que da todavía un paso más allá.

Con sumo rigor, Abaco elude los riesgos del patetismo, evoca lacónicamente situaciones que ya están en la memoria colectiva (la escena del secuestro), y cambia el eje más recurrente en esta corriente teatral (cuando se elige como personaje a un hijo o una hija de desaparecidos/as: en este caso, la protagonista no ha sido robada, puesto que la criaron su abuela y su abuelo por parte de padre), produce una fisura osada si bien dolorosa en la idealización de los/as abuelos/as como familiares más aptos para hacerse cargo de nietas y nietos, a su vez hijas e hijos de desaparecidos/as. Mariana Eva Pérez subvierte los lugares transitados por el teatro vinculado a los efectos de la dictadura sin procurarse, al decir de Tzvetan Todorov, los beneficios de la buena conciencia. Por ende, su Abaco puede resultarle al público transformador y liberador.

El ábaco, ese antiguo instrumento para contar, calcular, realizar operaciones aritméticas está aquí representado por los blisters de pastillas diferentes que debe tomar la abuela de la protagonista para prolongar su vida. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho... cuenta esa mujer joven que quiere emanciparse, romper la dependencia de esa abuela que “algo hizo no bien...”, frase que se repite a través del texto como un ritornello. Como el tema principal de esta música de la laceración que no puede cicatrizar porque la nieta, que querría comprenderlo todo, no entiende a su abuela, no se identifica con ella, aunque en algún momento de piedad la redime por su historia de niña huérfana, pobre, abandonada, abusada, ignorante, fabriquera, peronista de la primera hora, que se casó sin estar enamorada...

Esa abuela que –el encono sube y baja como la marea– “algo hizo no bien con su hijo, con mi padre, algo que él no alcanzó a ver porque fue muerto demasiado joven”. Esa abuela a la que la chiquita indigente de besos le mendigaba amor, a la que la mujer joven le enrostra que no supo cuidar la perra de su papá, que no guardó la blusa verde de su mamá, que traicionó el deseo de sus padres de no bautizarla, que no miró sus cuadernos del colegio aunque sí guardó algunos. Justamente esos que ahora se lleva la nieta malquerida –que afortunadamente encontró refugio en el abuelo– junto con otras pertenencias (“me enterneció tanta basura mía que guardó”), dejando huecos que escriben un mensaje: el reclamo de ser reconocida como adulta responsable que quiere hacerse cargo, a su manera, de su abuela enferma: “Voy a quitarte a la niña que fui, ya no soy esa niña a la que podía hablarle mal de la otra abuela”. Es decir, la materna, la que fue privada de la custodia de la niña que vio al grupo de tareas secuestrar a su mamá y a su papá, aunque la abuela paterna se haga la desentendida. Esa niña que leyó en una carta, tan fogosa como todas las que él escribía desde chico, que su padre hablaba de “poner caños, de hacer un cana suelto para recuperar se arma”, y que ahora, ella, su hija, ruega, implora que por favor solo se trate de robar. Pero sabiendo que se trata de una súplica que ya no será atendida, así como el hambre de él, “de mi padre”, no será nunca saciada.

A lo largo de este texto que va abriéndose en flashes de la memoria disparada por ese recuento de pastillas que da pie al inventario sucinto afectivo de una vida, la tensión narrativa se sostiene y se acrecienta gracias al fluir sin notas en falso de un discurrir bellamente escrito, realzado por la puesta en escena, por el manejo de las pausas, las cadencias, las modulaciones que encuentran en María Cecilia Belmonte a una intérprete bien templada y generosamente jugada. Es digno de remarcar que este espectáculo tan logrado se armó en poco tiempo, con la participación –además del director, ya de regreso en París donde vive y trabaja, de las actrices Belmonte y Paz Rotoni– de Iván Vignau en el video, Alejandro Richichi en la escenografía y, sobre todo, el arte de María Giuffra, creadora de la serie de cuadros Los niños del Proceso, donde está La Niña subversiva (que ilustra esta columnita), presente en el programa de mano. Giuffra asimismo diseñó la turbadora imagen surrealista que surge al cierre de la obra, mientras se escucha una melodía como de cajita de música o de esos viejos peluches a cuerda. Final digno de esta pieza propicia a romper aquellos mares helados que, según Kafka, todo el mundo lleva a dentro.

Notas de una reunión de producción

Contado por Mariana.

Hoy estaba ordenando papeles en casa y encontré las notas que tomamos en la casa de Paz en la reunión del 29 de marzo.

La reunión éramos Ceci, Paz y yo, pizza, cerveza y fainá. Del hilo de algodón que cerraba la caja de la pizza surgió un juego, de ese juego una propuesta escénica para Fernando, de esa propuesta parte de la obra.

Íbamos pensando dudas, preguntas, ideas, que quedaron plasmadas en un papel:

- Sala de ensayo?
- Fiesta para recaudar: sábado 26?
- Tertulia: llama Ceci el lunes.
- Pasar en limpio lo del video, pasárselo a Iván, después a Fer.
- Paris Hilton.
- Presupuesto: prensa + video?
- Blog.
- Disfraz de sirena y peces de hule.
- Preguntar a Fernando qué se supone que espera cuando llegue.
- Pedir mis carpetas de artículos.

Sabíamos que algún día íbamos a leer "Paris Hilton" y "disfraz de sirena" y nos iba a dar risa. Pero en ese momento, "Tertulia" o "video" no parecían mucho menos descabellados.

Ping Pong | Cecilia

1. ¿Cuál fue tu primera sensación cuándo abordaste el texto?
Cuando lo leí la primera vez me tomó por sorpresa. No esperaba un texto tan hermoso y desgarrador.
No me imaginaba cómo íbamos a hacer para ponerle el cuerpo a esta historia. Así que decidí entregarme al pánico. Recuerdo que imprimí el texto y escribí con lápiz, en la primera hoja: “No sé cómo voy a hacer esto”. Después, en la primera reunión con Fernando, lo borré.

2. ¿Cómo fue tu rutina en este mes de vertiginoso ensayo?
Fue extremo. Ensayo todos los días, una pausa el domingo. Además de las actividades extra: flamenco, ensayo de “La Venus…”, teatro, terapia… no hay tiempo para familia, amigos y novio.
Fue así hasta que una faringitis me impuso unos días de descanso. “Descanso” es una forma de decir. No podía hablar, pero la cabeza funcionaba a mil.

3. ¿Qué descubriste más allá de la superficie del texto?
Descubrí:
- Gente muy valiente, que escapa a la queja y lo transforma en un objeto de arte.
- Gente muy segura de su intuición, que me enseñó a confiar.
- Gente muy cálida, desinteresada y preocupada por cada detalle, que hizo que me sienta más segura.
- Una miel exquisita de la colmena de Male, que era un bálsamo para mi garganta. (Sus palabras también lo fueron).

4. ¿Qué expectativas tenés con la obra?
Me encantaría que la gente que va a ver la obra se sienta modificada y tenga la necesidad de hablar acerca de lo que vio. De la historia de este personaje y de su propia historia.

5. Un momento feliz del proceso
El abrazo con Paz, en el camarín, cuando terminó la primera función.
El reguetón del miércoles a las 3.00 a.m.

"Drama personal y político", Crítica de la Argentina, 31 de mayo de 2008

En plan de catarsis o como vía para compartir su historia personal, Mariana Eva Pérez comenzó, hace ya algunos años, a escribir obras de teatro. Participó desde su fundación en Teatro x la Identidad, y en el marco de aquel ciclo presentó la conmovedora Instrucciones para un coleccionista de mariposas (que en la entrega 2002 dirigió Leonor Manso).

A pesar de que el evento constituye uno de los ámbitos más propicios para la creación y experimentación en el terreno del teatro de la memoria, hacía falta que Pérez se tirara, solita, a la gran pileta del under sin ningún reguardo institucional. Ábaco, su obra más reciente, constituye ese primer intento.

Como su trabajo previo, ésta es una obra (casi) completamente autobiográfica. Aquí, como en Instrucciones..., hay un monólogo dicho, gritado, llorado por una mujer (acaso su álter ego) que cuenta los días que lleva sin noticias de su abuela, la que la crió cuando sus padres desaparecieron. Lleva ocho días sin ella, sin preparar sus medicamentos, sin escuchar sus alaridos, sin que nadie le pida que se abrigue bien antes de salir. Van ocho días desde que se fue porque su abuela no quiere entender que ella –la que alguna vez fue una nena pequeña a la que había que cuidar– creció y ahora los roles tienen que invertirse.

Ábaco trata de eso, sí, pero sería un error pensar que ésta es solamente una historia familiar; la aparición esporádica de un segundo personaje que vuelve sobre la desaparición de los padres nos da pistas para entender la fragilidad de un vínculo espinoso, una convivencia que ninguna de las dos eligió.

Allí donde lo público y lo privado se confunden, el drama personal se convierte en bastante más que eso. Todo este interés que suscita la obra al principio se diluye, sin embargo, después de las primeras impresiones por un texto que se vuelve repetitivo y que no permite a las actrices crecer en intensidad.

Sin embargo, no se produce un estancamiento: el director Fernando Suárez convierte la obra –a partir de una escenografía sencilla, una cuidada dirección de actores y la inclusión de algunos detalles distintivos que aparecen llegando al final– en un trabajo de verdad interesante.

Natalia Laube